La vitamina D –concretamente la D2, que se obtiene de algunos alimentos de origen vegetal, y la D3, procedente de los de origen animal– es muy importante para numerosas funciones del organismo. De hecho, su déficit puede tener relación con numerosas enfermedades, “desde las relacionadas con la salud ósea (artrosis, artritis, oteoporosis…) a algunas enfermedades autoinmunes, la depresión e incluso algunos estudios la han relacionado con el mayor riesgo de metástasis en algunos tipos de cáncer”, señala la nutricionista Fátima Branco.
El hecho de que una buena parte de la población consuma lácteos desnatados o semidesnatados también podría tener que ver con el déficit generalizado de vitamina D. “Para que esta vitamina se sintetice bien necesita la grasa de la leche, que solo encontramos en la entera y sus derivados, ya sean quesos o yogures”.
Por este motivo, la nutricionista insta a consumir lácteos enteros en la medida de lo posible. Por otra parte, “la revisión científica ha demostrado que no existe una relación directa entre el consumo de lácteos enteros y la obesidad, ya que estos poseen un tipo de ácidos grasos que, si bien son saturados, son de cadena corta, lo que significa que es más fácil que el organismo los asimile como propios”, explica la coach nutricional Susana León, quien insiste además en que “los lácteos enteros tienen un alto poder saciante”, e insta a apostar por su consumo en lugar de escoger la versión desnatada.
Ternera
Tanto el pollo como la ternera son buenas fuentes de vitamina D, aunque en menor cantidad que lácteos, huevos y, sobre todo, pescados azules. Es fundamental apostar siempre por cocciones sencillas, que permitan que se conserven bien todos los nutrientes.